Y ya es verano
Y ya es verano… Diego conecta su ordenador de sobremesa, abre la página web de su médico y comienza a leer la última publicación:
“Las eras están desiertas en Torres del Cidanca. Ya no se siega con hoz ni guadaña, no se trilla con las mulas, ni se avienta el grano con las hoces. Las cosechadoras cogieron el relevo, y desde el alba se oye en los campos el ruido de los motores. En el pueblo la vida sigue igual; el ganado necesita pastoreo, la herrería continúa forjando, se encalan los muros de los corrales. Los viejos buscan la sombra bajo los soportales del ayuntamiento, y en las dos pozas del Cidanca, por el que ya no corre el agua, pululan las ranas y se refrescan los chiquillos —apenas una docena— del pueblo. Al caer la tarde se llena el bar. Si no fuera por la televisión de gran tamaño y los teléfonos móviles la estampa podría corresponder a los años ochenta.”
“Algo sucede en el ánimo cuando llega el calor, por lo menos en Madrid. La sensación de fin de curso no se limita a los estudiantes, impregna todos los estamentos sociales. La actividad febril del invierno se ralentiza, pareciera que hay menos prisa y una suerte de lasitud se introduce en el ritmo vital. Al mediodía se busca el aire acondicionado, por las noches las terrazas no dan abasto y la rutina diaria se relaja. Las piscinas están llenas, comienzan las rebajas, las jornadas intensivas reducen el horario laboral. Empieza a disfrutarse por anticipado de las vacaciones, que evaden de la realidad por el mismo hecho de planearlas e imaginarlas… Es casi obligado pensar qué ha dado de sí el año. Aunque el calendario lo marque el 31 de Diciembre, todas las actividades —casi todas— disminuyen o cesan con la canícula.”
“El verano produce un efecto catártico, liberador. Las verdaderas vacaciones son emocionales, permiten dejar atrás por el espacio de días o semanas la responsabilidad de un año de trabajo. Suponen la posibilidad de planificar viajes o, simplemente, no hacer nada y dejar pasar el tiempo atendiendo a lo que en ese momento apetece, más allá de complicaciones.”
[Al llegar aquí, Diego se rasca el occipucio, menea la cabeza y empieza a murmurar —pero doctor Esteve, qué me está usted contando, en qué mundo vive… Fíjese usted en mí, que tengo que ocuparme de mis nietos todo el verano: recogerlos y llevarlos al colegio hasta las vacaciones, después al campamento del colegio, luego todos juntos en el apartamento de la playa, que los sueldos no dan para hoteles… muy cómodo, dormir cuatro adultos y dos niños en dos habitaciones. Y yo todavía, que mi mujer tiene que hacer desayunos, comidas y cenas todo el mes de agosto. Catarsis, dice usted… Como la de mi sobrina, que es de su ramo, acaba de terminar enfermería y está como loca haciendo guardias y suplencias, y contenta de hacerlo porque dice que no sabe si en octubre tendrá trabajo. O mi cuñada, al cuidado de su marido, que un ictus lo ha dejado inútil hace dos años y tiene que ocuparse de todo porque él no se vale por sí mismo para nada. No le digo nada de la hija de Jacinto, mi vecino del ático, estudiando todo el día a treinta grados para las oposiciones, que parece que las convocan en octubre…
Me contaba mi amigo Juanjo que su hijo, en paro, se ha ido los tres meses a Ibiza, de camarero. Trabaja catorce horas y tiene que dormir compartiendo habitación en un alquiler pirata, porque no ha encontrado otra cosa. También me enteré de que un chaval de veinte años, el hijo del administrador de la finca, lleva un mes ingresado en un psiquiátrico porque le ha dado un ataque de locura por fumar porros todo el día, y creo que tiene para rato. Así que, doctor Esteve, no todo el mundo puede tumbarse a la bartola, descansar y recuperarse del año…]
Recibí el correo de Diego al día siguiente. Pensé que su visión de la realidad era más apegada al suelo que la mía, y le pedí que terminara él esta columna. Quedó un tanto sorprendido, pero aceptó.
[Pues la verdad, doctor Esteve, me deja de una pieza, que a mí no se me da bien escribir, ni entiendo de filosofías. Verá usted, lo que yo pienso es que ni verano ni invierno ni pamplinas. La vida es lo que es, y a cada cual le toca lo que le toca, y con eso hay que apechugar. Si vienen mal dadas, a mal tiempo buena cara. Si hay familia, todos juntos a una y si no… pues habrá que hacer de tripas corazón, apretar los dientes y salir adelante. Siempre habrá un amigo que eche una mano, un banco de iglesia si crees en Dios o un médico que sea capaz de escuchar y te entienda, aunque escriba tontunas].
Dr. José María Esteve Barcelona