La carrera del opositor

La carrera del opositor - Dr. Esteve Barcelona
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La carrera del opositor

La carrera del opositor.  Magnífico. Ya estamos en Montecarlo. El Ferrari se ha portado y va como la seda. Es especialmente importante en este circuito, con un trazado estrecho, entre calles, con un firme bacheado, donde un despiste te saca de la trazada y dices adiós a la carrera. Aquí es prácticamente imposible adelantar, por eso las sesiones de calificación son  definitivas.

¡¡Fernando, eres un campeón!! ¡¡He conseguido la pole!! El demonio de Hamilton casi me la quita en la última vuelta, pero se ha quedado a unas centésimas. ¡Jodeeeer, si ya son las tres! En cuanto me despisto… Bueno, los opositores también tenemos derecho a relajarnos. Apago el ordenador y a dormir.

Irene aprovecha el silencio de la sala de profesores para corregir ejercicios. Han terminado las clases y casi no queda nadie. Mira a Daniel, el de historia, sentado un poco más allá. Sabe que la dirá algo en cuanto se queden solos. Ella encantada. Es delgado y se le nota el cuerpo duro, fibroso. Lleva barba bien recortada, muy corta, y tiene ojos risueños y manos de largos dedos, tan atrayentes… ¡Cómo compararlo con Fernando!

Irene está harta de la oposición, de no salir nunca, de pasear media hora algunas tardes, de un polvo mal echado en el coche, de seguir en casa de los padres, de seis años veraneando sola.

La carrera del opositor - Dr. Esteve Barcelona
La carrera del opositor – Dr. Esteve Barcelona

Me he pasado la puta vida estudiando: liceo francés, icade, master mba en Inglaterra, clases de alemán, y ahora esta maldita oposición a la carrera diplomática. Ocho años leyendo en los ojos de todos que soy un fracasado, como si fuera culpa mía que no haya más convocatorias o que haya suspendido dos veces. ¡Qué más quisiera yo que dejarlo de una vez y trabajar como todo el mundo en una empresa, ganando mi dinero y sin tener que vivir de la subvención de mi padre! Esta noche correré en Monza. Si no fuera por las carreras me volvería loco…

—¡Si es un chico con un cociente intelectual altísimo! ¡Mucho más alto que el mío, y fui abogado del estado con veinticinco años! —Mira fijamente la ceniza del cigarrillo, como si en ella se escondiera algún oscuro secreto.

—¿Tú crees que vale para diplomático, Alejandro? ¡Llevas veinte años preparando gente, tienes que saberlo!

—Verás, tu hijo Fernando… Fernando es intelectualmente brillante. Pero ya sabes, ser diplomático requiere algo más: un autocontrol, un dominio de las situaciones, un saber hacer frente a la presión… Él empezó bien, con aplomo, pero cada vez lo veo más ausente, más perdido. Se confunde y trae preparados los temas que no corresponden, se distrae, las dos horas se le hacen eternas… Creo que no sería mala idea que hablara con un psicólogo, ¿no te parece?

¡Monza es apasionante! En la recta de antes de meta coges los 330 por hora, tomas la parabólica y entras escuchando el rugido de la gente, que suena por encima del motor. Después llegas, te subes encima del morro y gritas liberando la tensión de la carrera mientras todos te aclaman: ¡Voy primero en el campeonato del mundo! Entonces entra mi madre:

—Pero hijo, ¿qué son esos gritos de madrugada?

—No pasa nada, déjame en paz y vete a la cama.

La culpa es del plasta de Alejandro, que no deja de machacar  cuando voy a cantar temas. Nada le parece bien, todo tengo que hacerlo de otra manera, la estructura, el tono de voz, la postura, el ritmo, que no mido el tiempo, la misma mierda todos los días. Si no fuera por mi padre…

Pues lo siento por él pero yo también tengo derecho a hacer mi vida. ¡Faltaría más! Estoy harta de hacer de Irene, “la novia ejemplar del opositor” para terminar viviendo como “la esposa del embajador” en Zambia. Si fuera en Roma, o Londres… Y si no aprueba ni Zambia, porque a ver dónde encuentra trabajo ahora este imbécil, sin experiencia y con el paro que hay. Se ha quedado pálido cuando le he dicho que no iba a vivir mi vida con un fracasado. Creí que iba a echarse a llorar, pero me ha ahorrado el numerito, ha salido del coche y se ha metido en su casa. Y no es por Daniel, que sí, que me gusta, pero, ¡uf, que sensación de libertad!

***

No sé qué puede haber pasado, no recuerdo nada. Todo lo de mi habitación está por el suelo. Yo estoy mojado, creo que es sudor, el espejo del baño está roto, me duele horrible la mano. La frente tiene un corte y la sangre se me mete en un ojo. De repente están mi epadre y mi madre aquí y no sé porqué pero quiero pegarles. Se van asustados y  me entra una tiritona.  Me acurruco en el suelo y lloro, lloro con rabia, con desesperación. Siento que ya no tengo nada, no quiero nada, sólo irme, desaparecer.

Se abre la puerta y entran dos tíos que se agachan y me sujetan. Tranquilo, dicen, ya pasó todo. Noto un pinchazo. Luego nada. Sé que me llevan tumbado con unas correas que me sujetan, y no puedo restregarme los ojos, que me escuecen. Al bajar de la ambulancia me sientan en un carrito y entramos por una puerta que pone: “Salud Mental – Urgencias”. Se deben creer que estoy loco.

Me quitan las correas. Una enfermera me cura la frente y me pasan a un despacho. Estoy terriblemente cansado. Hay un bata blanca somnoliento, medio tirado en un sillón. Encima de él, un reloj digital marca las 03:30.

—Pero bueno, cómo vienes, ¿te has pasao de copas, chaval?

Y entonces me vuelve toda la rabia de meses, de años. El desprecio y las presiones de mi padre, el abandono de Irene, la soledad, la puta mierda de vida que llevo. Me voy hacia él. Por detrás salen los celadores y me sujetan, pero no hace falta, domino la furia que me ahoga. Cuando se dan cuenta de que no hago fuerza me sueltan y se quedan a un lado.

El médico también se ha puesto de pie, acojonado, dispuesto a salir corriendo. Le taladro con la mirada y hablo con serenidad, con todo mi desprecio, poniendo una infinita distancia entre él y yo:

—Debo suponer, doctor, que le han enseñado a tratar a todos los enfermos con el mismo respeto, sin hacer distinción en razón de género, religión o condición social. Está usted traicionando los fundamentos de su profesión. Su actitud indica que ya ha establecido un juicio moral sobre mí. Eso le descalifica profesionalmente. Y como parece que necesita usted otros fundamentos para respetar a sus pacientes, sepa que está hablando con el campeón del mundo de Fórmula 1.

Dr. José María Esteve Barcelona

Madrid, Mayo MMXIII