Los consejos de Esculapio hace 25 S.
Los consejos de Esculapio hace 25 S. ¿Quieres ser médico, hijo mío? Aspiración es ésta de un alma generosa, de un espíritu ávido de ciencia. Deseas que los hombres te tengan por un dios que alivia sus males y ahuyenta de ellos el temor. Pero ¿has pensado en lo que va a ser tu vida?
Tendrás que renunciar a la vida privada: mientras la mayoría de los ciudadanos pueden, terminada su tarea, aislarse lejos de los inoportunos, tu puerta estará siempre abierta a todos. A toda hora del día y de la noche vendrán a turbar tu descanso, tus aficiones, tu meditación; ya no tendrás horas que dedicar a tu familia, a los amigos, al estudio. Ya no te pertenecerás.
Los pobres, acostumbrados a padecer, te llamarán sólo en caso de urgencia; pero los ricos te tratarán como a un esclavo encargado de remediar sus excesos: sea porque tienen una indigestión o porque se han resfriado, harán que te despierten a toda prisa tan pronto como sientan la menor molestia. Habrás de mostrarte muy interesado por los detalles más vulgares de su existencia; habrás de decirles si han de comer ternera o pollo, si les conviene andar de este modo o del otro cuando salen a pasear. No podrás ir al teatro ni ponerte enfermo: tendrás que estar siempre listo para acudir tan pronto te llame tu amo.
Eras exigente en la elección de tus amigos. Buscabas el trato de hombres de talento, de almas delicadas, de ingeniosos conversadores. En adelante no podrás desechar a los pesados, a los cortos de inteligencia, a los altaneros, a los despreciables. El delincuente tendrá tanto derecho a tu asistencia como el hombre honrado: prolongarás vidas nefastas y el secreto de tu profesión te prohibirá impedir o denunciar acciones indignas de las que serás testigo.
Crees firmemente que con el trabajo honrado y el estudio podrás labrarte una reputación: ten presente que te juzgarán no por tu ciencia, sino por las casualidades del destino, por tu aspecto, por la apariencia de tu casa, por la atención que dediques a las chácharas y a los gustos de tus paciente. Los habrá que desconfíen de ti tanto por creer en los dioses como por no creer en ellos. Tus superiores valorarán menos tu honradez que el silencio cómplice de sus prácticas interesadas.
Te gusta la sencillez: tendrás que adoptar la actitud de un augur. Eres activo, sabes lo que vale el tiempo. No podrás manifestar fastidio ni impaciencia: tendrás que escuchar relatos que arrancan del principio de los tiempos cuando uno quiere explicarte la historia de su estreñimiento. Los ociosos vendrán a verte por el simple placer de charlar: serás el vertedero de sus nimias vanidades.
Aunque la Medicina es ciencia oscura que gracias a los esfuerzos de sus fieles se va iluminando poco a poco, no te será permitido dudar nunca, so pena de perder tu crédito. Si no afirmas que conoces la naturaleza de la enfermedad y que posees el remedio para curarla, el vulgo irá a charlatanes que venden la mentira que necesita.
No cuentes con que este duro oficio te haga rico. Te lo aseguro: es un sacerdocio, y no sería decente que te produjera ganancias como las que saca un especulador o el que se dedica a la política. Tampoco esperes la gratitud de tus pacientes; aunque muchos la sientan, habrá quienes sólo te recuerden si te necesitan, olvidándote después.
Te compadezco si te atrae lo que es hermoso: verás lo más feo y repugnante que hay en la especie humana. Todos tus sentidos serán maltratados. Habrás de pegar tu oído contra el sudor de pechos sucios, respirar el olor de míseras viviendas, los perfumes subidos de las cortesanas; tendrás que palpar tumores, curar llagas verdes de pus, contemplar orines, escudriñar los esputos, meter el dedo en muchos sitios. Cuántas veces, en un día hermoso y soleado, al salir de una cena o del teatro, te llamarán para visitar a un hombre que, molestado por dolores de vientre, te presentará un bacín nauseabundo, diciéndote satisfecho: ”Gracias a que he tenido la precaución de no tirarlo”. Recuerda entonces que has de agradecerlo y mostrar todo tu interés por aquella deyección… Hasta la belleza misma de las mujeres, consuelo del hombre, se desvanecerá para ti. Dejarán de ser diosas para convertirse en seres afligidos de miserias sin gracia; sólo sentirás compasión por ellas.
El mundo te parecerá un vasto hospital, una asamblea de individuos que se quejan. Tu vida transcurrirá a la sombra de la muerte, entre el dolor de los cuerpos y las almas, viendo unas veces el duelo de quien es destrozado por la pérdida de su padre, y otras la hipocresía que a la cabecera del agonizante hace cálculos sobre la herencia.
Cuando a costa de esfuerzo hayas prolongado la existencia de ancianos o niños débiles y deformes, vendrá una guerra que destruirá lo más sano que hay en la ciudad. Entonces te encargarán que separes los menos dotados de los más robustos, para enviar a los fuertes a la muerte.
Piénsalo bien mientras estás a tiempo. Pero si, indiferente a la fortuna, a los placeres, a la ingratitud; si, sabiendo que frecuentemente te sentirás sólo tienes el alma lo bastante estoica para satisfacerse con el deber cumplido, si te juzgas suficientemente pagado con la dicha de una madre que acaba de dar a luz, con una cara que sonríe porque el dolor se ha aliviado, con la paz de un moribundo a quien acompañas hasta el final; si ansías conocer al hombre y penetrar en la trágica grandeza de su destino, entonces, hazte médico, hijo mío.